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Laberintos de madera: andanzas por lo variopinto de la migración (II de III)

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San Antonio, Texas.

Por la mañana trabajé en la biblioteca central de la UTSA. De una a siete de la noche transité por las calles y avenidas del mexicanizado Oeste de la ciudad, el west side donde se dice que “matan gratis”. La primera parada fue la YWCA (Young Women’s Christian Asociation), donde entrevisté a Martha López originaria de Nuevo Laredo, Tamaulipas, pero con doble nacionalidad, quien es la coordinadora de la Ventanilla de la Salud, un programa de servicios médicos a bajo costo. La mayoría de quienes son atendidos por Martha, su asistente y varios voluntarios no “cuentan con papeles”, pero eso no impide que reciban el servicio. Al término de la entrevista realizada en la oficina de Martha y en los pasillos de la YWCA, cruzo la calle para visitar el cementerio de San Fernando. Muchos muertos hispanos, las leyendas en las lápidas no mienten.

La calle Guadalupe tiene un innegable rostro latino. Por sus maltrechas banquetas y el pavimento en no muy buen estado ando hasta el Centro Cultural Guadalupe junto al templo del mismo nombre, frente a la plaza cívica dedicada al general Ignacio Zaragoza en recuerdo de su triunfo en la Batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862, según reza la leyenda de la placa conmemorativa. La calle Guadalupe alberga pocos negocios, algunas barberías, talleres mecánicos, pocos restaurantes, pero se miran algunos vendedores de churros y fruta picada; abundan los templos de varias denominaciones, como la Iglesia Avivamiento Pentecostal; las viviendas de madera a dos aguas están en mal estado pero ocupan terrenos de 200 a 500 metros cuadrados, sin duda es una de las partes económicamente más deprimidas de San Antonio.

Para salir de esa zona abordé la ruta 68 hacia Flores y Market donde pasé a comer al restaurant Jalisco. El platillo fue un Jalisco especial: carne asada sentada sobre nopales, frijoles con queso chédar, arroz, pico de gallo y lechuga, acompañada de tortillas de harina y un agua de horchata. El letrero Hot sauce no lo respaldan las salsas sobre la mesa. El marco musical está a cargo del charro de Huentitán, Vicente Fernández, quien entonaba Que te vaya bonito. Sin duda sonaba a despedida.

A través del RiverWalk al tiempo que caía la tarde y el calor no se alejaba, llegué al mall del River para entrar a un Starbucks donde sonaba con fuerza Selena, la reina del TexMex. Sin duda, los baristas del café ponen la mejor selección de la cantante originaria de Lake Jackson, Texas: Amor prohibido, Como la flor, Fotos y recuerdos, Baila esta cumbia, No me queda más.

Día 4

El día comenzó con trabajo de gabinete en la oficina de René Zenteno para planear un curso sobre “desarrollo, ciudadanía y migración en México”. El resto de la mañana la pasé en la biblioteca escribiendo mi artículo de opinión para La Jornada Jalisco: “¿Por qué perdió el PRI?”.

Era el momento de visitar el Sur. La ruta 51 con rumbo a Nogalitos era la indicada. En algunas escuelas de esa zona podemos observar los conflictos generados por el “chicanismo, por lo cual a los mexicanos recién llegados les hacen sentir que tienen menos derechos que los chicanos”, refiere Martha López. La austeridad del escenario del Oeste se repite: muchos terrenos baldíos, negocios quebrados, varias “tortillerías” que en realidad son taquerías, los servicios públicos son modestos. Los 35 grados celsius alejan a las personas de las aceras.

En el Sur y Oeste se generan dinámicas sociales que producen segregación de los mexicanos relacionadas con tres factores: débil dominio de idioma inglés, baja preparación escolar y la falta de papeles. Las tres principales ocupaciones de los mexicanos avecindados en esas áreas son la construcción, el servicio en restaurantes y la educación en nivel básico. En cuanto a sus pasatiempos encontramos los “bingos”, a donde también acuden mexicanos con mayor capacidad económica. “Ahí pagas cinco dólares por tres cartas, aunque no ganes te distraes, pero si tienes suerte puedes ganar mucho dinero”, me dice un grupo de paisanos a las afueras del Vacilón Club. Otra actividad lúdica que reúne a la paisanada es el futbol, “porque el beis no gusta tanto”, dice mi grupo de informantes antes de comenzar la partida de pool. Los campos de soccer están hacia el Sur siguiendo la calle Nogalitos. Los domingos son cientos de familias que venden y compran comida al ritmo del entusiasmo futbolero. Los latinos del Sur no son vistos por los mexicanos de la migración “dorada” del Norte. Lo paradójico es que los del Sur y el Oeste son estadunidenses de origen mexicano mientras los del Norte han nacido en nuestro país. Por la noche tomé café en el centro comercial La Cantera donde observé decenas de mexicanos de shopping. Antes de llegar a mi habitación me detuve en el lobby de la residencia a leer la novela Leviatán de Paul Auster.

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Día 5

Fue día de pulguear. Desde temprano me fui a la Mission Flea Market, The King of Bargains abría sus puertas a los cientos de comparadores que llegaban en auto, o en transporte público. “Venir a la pulga me encanta porque con poco dinero compras muchas cosas”, me dicen cuatro mujeres dispuestas en los asientos de la ruta 44, minutos antes de bajarme a desayunar una riquísima machaca con huevo en el restaurant Agave; un lugar inundado de comensales gringos, aunque donde domina el idioma de Cervantes. Recorrí la pulga de principio a fin, se vende de todo, muchas cosas de baja calidad y de segunda mano. A pesar del fuerte calor y de ser sábado los buscadores de gangas no se amilanan, pero su número es más reducido que los domingos. La entrada cuesta dos dólares, el pago para poner un puesto es de siete dólares con techo de lámina, si el vendedor se priva de ese privilegio la cuota son cinco dólares.

Para la tarde del sábado no había mucha discusión: se imponía ir al beisbol. En el estadio municipal jugaron los Missions de San Antonio contra los Hooks de Corpus Christi, en la liga de sucursales Doble A. Cuatro cuadras antes del campo de juego entré a comer al Golfo de México, una marisquería donde pedí unos camarones empanizados por error, pero aún así me los comí. Hace varios años que no los probaba. Al beisbol la gente llega en automóviles, la inmensa mayoría de los aficionados son estadunidenses blancos, los latinos son casi imperceptibles. Asimismo, los jugadores no son latinos. Las puertas se abrieron a las 18 horas, por 12 dólares obtuve un lugar en la fila seis detrás de Home. Poco antes de las nueve de la noche abandoné el lugar para alcanzar sin problemas el camión, en la octava entrada el marcador indicaba dos carreras a cero a favor de los locales.

Lo impredecible no tardaría en suceder. Los minutos transcurrían en la esquina del viejo freeway noventa y Callaghan y el camión no pasaba, a las diez de la noche regresé al Golfo de México y a pesar de mi asentada “taxifobia” solicité un taxi, el cual jamás llegó. El restaurante cerró a las once, y en un instante me encontraba en medio de la calle muy lejos del centro de San Antonio y mucho más de la UTSA. Mientras pensaba en una solución, a lo lejos miré que se acercaba la ruta 76. Sin pensar corrí hasta alcanzarlo. Llegué al centro casi a media noche. Muchos como yo fueron abordado su última oportunidad de transporte público. A las afueras del teatro Aztec tomé un taxi conducido por un migrante de Somalia quien por 42.5 dólares me llevó a la universidad. Sin duda el inglés del somalí y el mío coincidieron en las deficiencias gramaticales y eso nos permitió entablar una agradable conversación, dejando de lado los prejuicios lingüísticos. Su historia fue una más de las miles de africanos que huyen de la pobreza.

Día 6

Llega el domingo y mi ropa limpia se agota, es momento de ir a la washateria a pesar de la copiosa lluvia. La primera parada fue en La Michoacana a donde llegué empapado por el chaparrón. Este supermercado hispano compite con La Fiesta y La Culebra por la clientela latina. Debo decir que La Michoacana es un centro de reunión más que un supermercado. Cuenta con todos los servicios: taquería, envíos de dinero, carnicería, frutería, verdulería. Los domingos muchos mexicanos desayunan ahí con la familia a diferencia de los que lo hacen entre semana “que somos los que andamos jalando”, dice Sebastián, mi vecino de mesa.

Mandé a mi casa 600 dólares con un costo de ocho dólares y me registré como cliente frecuente para el subsecuente envío de recursos. Ya más tranquilo y luego de haberme secado desayuné. Al salir me crucé a la lavandería donde escuché varias historias y uno que otro chascarrillo. Ya por la tarde di un paseo por el centro comercial La Cantera y cené en el Pollo tropical. Por la noche volví a leer Leviatán y un buen número de periódicos.

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Día 7

El fin de semana fue de lluvias intensas y así lo confirma una de las trabajadoras de la cafetería universitaria con quien todas las mañanas entablo conversación: “Con tanta rain no podemos hacer barbikiu, puro guachar tiví”. La segunda semana de trabajo arranca con muchos asuntos aclarados y otros tantos nublados y moviéndose por caminos que no esperaba. Voy confirmando que no únicamente hay “varias migraciones”, sino que entre los miembros de ellas se desconocen, los habitantes del Norte no miran al Sur ni al Este. Son dos Méxicos que trasladan a San Antonio sus diferencias vividas aquende el Río Bravo. Las geografías migrantes de México generan exiliados diferentes para cada parte de San Antonio.

Este mes se cumplen tres años de que Barack Obama pusiera en marcha la Acción Diferida para detener las deportaciones, así que el Consulado de México ofrece una conferencia para reflexionar sobre lo obtenido y darle la voz a dos dreamers quienes se vieron beneficiados de la DACA.

Luego de llegar con visa de turista a los siete años de edad, Laura Cortés Franco, de 22 años, recuerda la pregunta lanzada por su papá: “¿Cómo les parece San Antonio? Yo contesté, pues muy bien, y decidimos quedarnos”. Ahora Laura estudia una maestría y trabaja en el Consulado. “No he regresado a México, por eso no conozco a mi familia de allá, entonces ¿cómo los puedo llamar familiares?”.

Ahí mismo quedé con Jesús que iría el miércoles con su cuadrilla de trabajadores de la construcción y la carpintería al edificio donde laboran, me haría pasar por un trabajador para conocer desde adentro la dinámica en el empleo de la construcción. Le comento a Jesús que después de ese día ya no regresaré con sus trabajadores, él asienta con la cabeza y me dice: “al día siguiente que no te aparezcas yo les digo a los trabajadores que te agarró la migra”, comenta el originario del Distrito Federal.

Quienes aún no aceptan darme la entrevista son los del Consulado, todo va bien mientras les diga que soy investigador del Tec de Monterrey, pero cuando les comento que escribo para La Jornada Jalisco las puertas comienzan a cerrarse. Desaparecen las ganas de “cooperar” que me manifiestan tras mi presentación. Me dicen: “tenemos mucha información sobre lo que estás investigando”, pero hasta ahora nadie me la proporciona. “Nos debe autorizar el cónsul”, y el cónsul alterno no aparece por ningún lado. Incluso me pasan a las oficinas de los cónsules encargados de diversas áreas y ya sentado frente a sus escritorios me invitan a salir. Todos se pasan la bolita. Mientras como yogurt con fruta dispuesto para los asistentes a la conferencia de prensa, espero la entrevista. Al fin me avisan que el cónsul me atenderá y me indican que suba a la sala general del segundo piso.

“Yo creo que la migración es un problema muy complejo, muy complicado y creo que nadie la tiene fácil”, comienza diciendo el cónsul José Antonio Larios, quien lleva un año al frente del Consulado de San Antonio, uno de los cincuenta de la red consular mexicana en Estados Unidos. Antes de finalizar la entrevista afirma: “yo soy uno de los convencidos de que la población migrante es un activo de las sociedades”. Sin duda se deben aprovechar.

Concluida la entrevista la ruta 3 me llevó hacia el norte para conocer la zona de Sonterra (Sonterrey, dicen muchos) y Stone Oak (the little Monterrey). Aquí, a pesar de la comunidad mexicana que habita, el español comienza a desaparecer en calles y negocios. Con este recorrido cubría la parte Norte de la ciudad. Una zona habitada por migrantes ricos que huyen de la violencia e inseguridad en México y que se han trasladado con sus familias, empresas, negocios, inversiones y hasta su personal del servicio doméstico. Se han establecido no sólo en San Antonio, también los encontramos en Dallas, Austin, Houston y McAllen. Tramitan visas como inversionistas para abrir un negocio. La inversión va de los cien mil dólares hasta el millón de billetes verdes. El compromiso que adquieren es generar de tres a diez empleos directos. Con ello los migrantes “dorados” y sus familias obtienen la residencia estadunidense. “Me sale más barato y es más seguro vivir aquí y volar a Monterrey a supervisar mis negocios que pagar la extorsión en Nuevo León”, afirma un empresario regio en un café del Norte de la ciudad. Las voces que recogí en el aeropuerto y en la UTSA confirman la violencia en nuestro país. Otro grupo de lujosos desplazados de México migran con visa turística, y ya en San Antonio optan por comprar o rentar una vivienda y posteriormente arreglar su situación migratoria. Sin más son “indocumentados” pero con recursos.

Como sucede en la geografía planetaria: los migrantes mexicanos del Norte no miran a sus paisanos del Sur de la ciudad. A Sonterra llega un par de líneas de camiones. La infraestructura urbana es similar a la que se mira en los alrededores de la UTSA. Quienes más utilizan el transporte en ese lugar son los mexicanos que van del Oeste y Sur a trabajar como dependientes en los centros comerciales, cocineros en restaurantes o en el servicio doméstico.

“Si les va bien a ellos nos va bien a nosotros porque nos contratan con mejores sueldos”, me dice una niñera camino a su lugar de trabajo. En el Norte el panorama urbano es harto diferente al del Sur: muchas casas con valor superior al millón de dólares, es el asiento de las más importantes universidades de la ciudad, cuenta con mucha vigilancia, exclusivos centros comerciales, amplias áreas verdes, campos de entrenamiento para golfistas, pistas de carreras, ciclovías, poco tráfico vehicular. En fin, todo parece dispuesto en el lugar que le corresponde. De regreso del Norte recuerdo las palabras de Miguel, un mexicano al Sur de San Antonio: “yo no conozco Sonterra donde dicen que viven muchos mexicanos, como yo pues”.

Texto y fotos por: Eduardo González Velázquez

Supermercado La Michoacana

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